Ganadería intensiva y cambio climático

La ganadería intensiva contribuye al cambio climático, pero no solo por el metano que emiten los mamíferos, sino también por la deforestación

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Durante mucho tiempo nadie pensaba en los derechos de los animales ni en cosas por el estilo, cuanto más beneficio procuraban mejor, aunque llevaran mala vida. Ahora sí. Si bien esto del bienestar animal es un asunto importante para debatir, en este artículo nos vamos a fijar solamente en la dimensión contaminante de la ganadería intensiva. Utilizan mucha agua, necesitan una enorme cantidad de materias primas y producen muchos residuos sólidos, líquidos y gaseosos. En síntesis, deterioran enormemente el medioambiente por tierra –suelos dedicados a obtener los alimentos para la cría-, agua –consumo y residuos generados- y aire –emisión de gases de efecto invernadero (GEI)-. Pero claro, la culpa de estas enormes emisiones no la tienen los animales, que se limitan a vivir como les mandan, sino aquellos que los crían; ¡Pobres vacas! Algún personaje de La mancha Humana de Philip Roth habla de ellas: las vacas estaban sumidas en una existencia bestial que carecía dichosamente de profundidad espiritual: arrojar chorros de leche y mascar, cagar y mear, pacer y dormir, esa era toda su razón de ser.

Las ganadería intensiva, las emisiones de metano y el cambio climático

Hay que hacer notar enseguida que las emisiones de GEI no son solo de las vacas, en particular sus eructos pero también sus pedos. A los gases expelidos por estos animales se añaden los de otros muchos como caballos, ovejas y cerdos (estos últimos son hoy día la mayor fuente de carne del mundo a pesar de su prohibición en algunas religiones). Entre unos y otros están acelerando de forma significativa el cambio climático. Recordemos que generalmente se culpa al dióxido de carbono (CO2) liberado por coches y calefacciones de todos los males de los GEI pero el metano (CH4) animal tiene mucha culpa de que nos encontremos en una situación crítica –el efecto invernadero de una de estas moléculas es 30 veces mayor que una de CO2–. Para limitar sus efectos, en algunas granjas han instalado campanas en el techo para recoger los gases y aprovechar la energía que contienen. Así pues, las flatulencias de los animales –nosotros incluidos–, más todavía si comen mucha hierba, vienen cargadas de metano y contribuyen mucho a generar la emergencia climática que tenemos delante.

La ganadería intensiva y la deforestación

Este asunto de la ganadería intensiva tiene otras peligrosas conexiones. La primera es la deforestación que está sufriendo América Central y del Sur para dejar tierras libres para alimentar a las vacas con cuya carne se elaboran las hamburguesas de los americanos del norte y los europeos. Ahí está un asunto clave: si por un lado se deforesta y además el suelo se va a dedicar a producir alimentos para las vacas, lo que estamos haciendo es multiplicar el problema. Tanto la Amazonía brasileña como extensas zonas de otros países (Paraguay o Argentina) soportan graves presiones por la cría del vacuno y otros usos, asunto que viene denunciando la FAO desde hace tiempo.

deforestación ganadería intensiva
Deforestación causa de la ganadería intensiva

Esta Agencia de la ONU alerta de que en los últimos 20 años se ha deforestado una superficie boscosa equivalente al territorio de la India, con lo grande que es. El destrozo es fácilmente comprobable en las imágenes que proporcionan los satélites de la NASA u otros. Merece la pena visitar la web de Global Forest Coalition (Coalición Global por los Bosques) que agrupa a varias ONG de defensa de la tierra y los pueblos indígenas. Además de todo esto, la cadena productiva de las hierbas lleva dentro pesticidas potencialmente cancerígenos como el glifosato.

La huella sanitaria de la ganadería intensiva

Otra conexión peligrosa es que la cría de animales de forma intensiva deja una tremenda huella sanitaria, provocada por el masivo uso de antibióticos y de otros productos dirigidos a mejorar la rentabilidad económica de la producción animal. Greenpeace publicó hace un par de años La insostenible huella de la carne en España, un informe exhaustivo sobre el consumo de carne y lácteos. En él animaba a comer “cosas con carne antes que carne con cosas”. Es urgente adoptar una dieta más sana porque nos ayudará a que el planeta esté más sano.

Alertaba del auge de la ganadería de porcino, a la vez que se observa el declive de ovino, que ha mantenido mucho tiempo en uso extensivo de su actividad. También avisaba sobre el uso de los antibióticos preventivos y sus consecuencias en la contaminación química el agua y en la generación de resistencias antimicrobianas en quienes consumen los productos cárnicos más tarde. Al final sugería un cambio social, que hacemos nuestro, y proponemos para el debate en casa o en el trabajo: menos ganadería intensiva para tener mejor clima, más y mejor agua, más tierras disponibles y mejor salud colectiva. De paso se respeta más el bienestar animal.

Los efectos positivos de reducir el consumo de carne

Así pues, podemos decir que hoy día hay que mirar las cosas desde una genérica multiperspectiva social y ambiental. Los animales los criamos las personas. Sus efectos positivos o negativos tienen su origen en nuestros estilos de vida, en cómo queremos mayoritariamente que sea nuestra alimentación. Tras todo lo dicho anteriormente se plantea un dilema moral: dejar de comer carne o hacerlo en menor cantidad, para evitar sufrimientos animales y desperfectos ambientales, que a la vez es una mejora de salud personal; seamos conscientes que el 86% de los mamíferos hoy son animales domésticos y humanos. Aunque nada más fuese por egoísmo climático, para que la emergencia nos afecte menos, deberíamos empezar a cambiar ya mismo.

 

Carmelo Marcén Albero, investigador asociado al Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio y a la Facultad de Educación de la Universidad de Zaragoza.