Empresas sociales: cuidar de los empleados y el entorno tiene recompensa

Sin dejar de ser rentables como negocio, las empresas sociales buscan tener un impacto positivo en la sociedad y el medio ambiente, lo que les diferencia de la competencia y les da valor añadido

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Otra economía es posible. Lo demuestran con su éxito y continuo crecimiento las conocidas como empresas sociales, que son aquellas que, sin renunciar a ser rentables como negocio, buscan tener un impacto positivo en el conjunto de la sociedad y en el medio ambiente. Un éxito que recae en manos del consumidor, con sus decisiones de compra o contratación. ¿Compro yogures de una marca cualquiera o de esta firma que sé que emplea a personas que difícilmente encontrarían un trabajo? ¿Contrato a una eléctrica convencional o a esta otra que apuesta por las energías renovables y que lucha contra la pobreza energética?

Las empresas sociales nacen con la voluntad de ayudar a contribuir a hacer de este un mundo mejor. Es decir, su razón de ser no es ganar dinero sino crear empleo para ciertos colectivos, buscar soluciones al desperdicio alimentario, evitar la generación de residuos plásticos y un largo etcétera de buenas intenciones. Para tirar adelante con estos propósitos precisan que la actividad que impulsan sea rentable y ¡lo consiguen!, demostrando que se pueden hacer las cosas de otra manera. Renuncian a los márgenes de las grandes compañías, pero su carácter social acaba siendo la mejor de sus publicidades, diferenciándoles de la competencia y dándoles valor añadido.

No hay que confundirlas con las acciones de responsabilidad social o ambiental de algunas compañías. La Red Internacional de Investigación EMES define las empresas sociales como “aquellas organizaciones privadas no lucrativas que proporcionan bienes y servicios directamente relacionados con su objetivo explícito de beneficio a la comunidad”. En su definición, EMES añade que “se basan en una dinámica colectiva de forma que implican a los diferentes stakeholders en sus órganos de gobierno, son entidades autonómicas y soportan los riesgos relacionados con su actividad económica”.

Con el fin de diferenciarse de las empresas convencionales y a falta de leyes y estrategias específicas, han surgido movimientos que certifican a las empresas sociales como tales. El más extendido y también uno de los más exigentes es el sistema B Corp. Con origen en los Estados Unidos y gestionadas en Europa por B Lab Europe, este sello garantiza que son empresas sostenibles, que cumplen, por voluntad propia, con los estándares sociales y ambientales exigidos y que están comprometidas con la transparencia y la medición de su impacto.

Triple impacto positivo: social, medioambiental y económico

A las empresas sociales se las conoce por su triple impacto positivo: social, medioambiental y económico. Social porque generan puestos de trabajo dignos y priman la contratación de colectivos en riesgo o con alguna minusvalía o discapacidad. No en vano su razón de ser es mejorar las vidas de los demás. Este compromiso es extensible a los empleos que dependen de sus posibles proveedores o distribuidores, con lo que muy frecuentemente acaban trabajando y colaborando con otras empresas sociales.

Mejorar la vida de los demás implica no dañar el medioambiente, que es su segundo impacto positivo. Las empresas sociales velan para que los procesos que utilizan sean amigables con el medio ambiente e incluso realizan directamente acciones para contribuir a su protección o mejora. En agricultura, por ejemplo, suelen optar por los cultivos ecológicos. Por otro lado, suelen participar en campañas tipo recogidas de residuos en el medio marino o de plantación de árboles.

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El tercer impacto es económico al contribuir, con su actividad, a la generación de empleo y riqueza en el territorio. Una actividad que, además, ha demostrado ser más resistente y estable ante crisis económicas. Según el informe “Boosting Social Enterprise Development” de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), entre los años 2008 y 2014, durante la crisis inmobiliaria y financiera mundial, el empleo en este sector creció en países como Italia, Bélgica y Francia, a un ritmo del 20%, 12% y 0,8% respectivamente, mientras que en las empresas ordinarias la tasa disminuyó.

A mayor sensibilidad, más empresas sociales

La de la empresa social es un fenómeno cada vez más extendido. Empezaron a proliferar en la década de los años 70 y su expansión se aceleró de forma significativa a partir del cambio de siglo. La aprobación de nuevas leyes y la promoción de nuevos planes de apoyo y financiación por parte de los responsables políticos reafirman esta tendencia, que se da tanto en España como en el conjunto de Europa. Es consecuencia de la mayor sensibilización social y ambiental por parte del conjunto de la sociedad. Una sensibilización que no ha hecho más que aumentar con la crisis sanitaria desatada por la covid-19.

Según el último Informe Especial GEM sobre Emprendimiento Social, el promedio mundial de adultos de entre 18 y 64 años que están en el proceso de crear una empresa social es del 3,2%, una cifra significativa teniendo en cuenta que el porcentaje de emprendedores que se encuentran en vías de poner en marcha una start-up con fines comerciales es del 7,6%. En los últimos años, España ha avanzado en la creación de iniciativas sociales, pero el dato se sitúa sólo en el 0,9%, muy por debajo de la media europea (2,98%).

La Fundación Integralia, un sueño hecho realidad

En el año 2000, DKV creó el primer Contact Center de Europa atendido exclusivamente por personas con diversidad funcional: discapacidad física, sensorial, enfermedad crónica/degenerativa. El objetivo era mejorar la atención telefónica al cliente al mismo tiempo que se facilitaba la integración laboral de este colectivo de personas. Con el tiempo fue tal el éxito conseguido que la criatura se acabó emancipando.

Hoy en día, esta iniciativa bautizada como Fundación Integralia es una empresa social autofinanciada y autónoma que ya va mucho más allá de ser un Contact Center. Presta servicio a decenas de clientes. También ha ampliado su espectro a otros servicios además del Contact Center: consultoría para la inserción laboral, marketing digital y servicios de formación, siempre con un doble objetivo: facilitar la integración laboral y social de personas con diversidad funcional y servir como puente de este colectivo hacia la empresa ordinaria.

La Fundación Integralia es la prueba de que las empresas sociales no sólo cuidan de sus empleados y de su entorno, aportando salud y bienestar, sino que además son rentables desde el punto de vista económico. ¡Larga vida a las empresas sociales!

 

Lorena Farràs